La lógica silvestre, un acercamiento a las plantas silvestres comestibles, su cultivo, su aprovechamiento y su lógica dentro de la agricultura y la jardinería.
Has llegado hasta aquí con los
ojos abiertos de mirar los
horizontes,
topándote con las paredes, los muros,
los suelos y los huertos del camino
y no has cerrado los ojos.
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Tortilla de ortiga (Urtica dioica), escaldar primero. |
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Ensalada de capuchina, ojo, invasora y alóctona! |
Utilizamos para eles especies dos
nosos ecosistemas, silvestres e comestibles, porque:
*reducimos costes, son moito máis resistentes
*hospedan insectos beneficiosos agás
plagas, protexendo os cultivos do
seu redor
*Ofrecen un subproducto de cultivo enormemente nutritivo
*Reducimos su risco de extinción
Xardinería: o
xardín natural
reconciliarnos coa estética do noso
ecosistema, para:
*Recuperar a nosa cultura
silvestre
*Atopar novas oportunidades para o viverismo
*Reducir a necesidade de agua e
productos noxentos e perigosos para a saúde
En xeral:
plantexemos futuro:
*Recuperando a comunicación
cos nosos maiores
*Plantexando a sostenibilidade das
cidades aproveitando
as zonas verdes
*Mellorar a calidade do
medioambiente
urbán
Índice
Alimentación silvestre.
Las plantas silvestres
comestibles y sus usos agrícolas.
Las plantas silvestres
comestibles en jardinería.
Análisis SIG del Parque Natural Fragas
del Eume. Conclusiones.
Alimentación silvestre.
Las plantas silvestres comestibles se
pueden clasificar por la parte que vamos a aprovechar, pudiendo ser esta la
hoja, la raíz, brotes y tubérculos o fruto.
Si son plantas de hoja o brote debemos tener en cuenta que las
partes tiernas son las que nos interesan, desechando las hojas basales. Los brotes se recolectan cerrados.
También hay que evitar la recolección excesiva, intentando respetar al
máximo la planta. Podemos escoger los brotes u hojas sin arrancar la planta
entera.
Cuando las recolectemos por la mañana tendrán el contenido máximo de
agua, así que si las queremos desecar será mejor recolectarlas a última hora de
la tarde.
Al cogerlas tendremos cuidado de dejar las suficientes para que la
planta pueda seguir con su proceso vegetativo y pueda producir flor y semilla.
La mayor cantidad de nutrientes en hoja siempre será antes de la floración,
pues esta consume buena parte de las reservas de la planta.
Un color azulado o pálido amarillento no es buena señal, puede contener
demasiado nitrógeno en el primer caso y múltiples inconvenientes en el segundo,
como ser poco nutritiva.
Las hojas no deben lavarse ni ser cocinadas con excesiva agua, ya que
pierden las vitaminas hidrosolubles, como la vitamina C. Las ensaladas se
suelen aderezar con vinagre o vinagretas de limón para estabilizarlas.
Generalmente cuanto más crudo es
el alimento mayor es su contenido en vitaminas.
Un punto importante a considerar es la presencia de ácido oxálico, que
en grandes dosis descalcifica el organismo, por lo que hay que consumirlo con
moderación. Si se consumen especies que lo contengan, es mejor desechar el agua
de cocción.
El cenizo (Chenopodium álbum) fue sustituido por la espinaca y sin
embargo esta tiene un abundante contenido de ácido oxálico y cinco veces menos
de vitamina C.
Es importante una manipulación cuidadosa, utilizar cestos para no
dañarlas y evitar fermentaciones debido a los cortes. Es mejor consumirlas en
el día y si hay que almacenarlas, intentar que no se aplasten.
Las flores se recogen a media mañana, cuando se hayan abierto y perdido algo de agua,
para evitar que se deterioren.
Los frutos alcanzan todo su potencial nutritivo en la maduración, nunca antes, ya que
las sustancias interesantes aparecen en el envero.
Las raíces y tubérculos son órganos de reserva que contendrán el máximo de sustancias al final del
otoño cuando la planta entre en reposo y un poco antes de su brotación, ya que
las raíces despiertan antes que la parte aérea.
Las plantas silvestres suelen ser ricas en minerales, dependiendo de la
especie en particular su contenido en uno u otro, en caso de carencias
específicas son una buena fuente a la que acudir. La ortiga (Urtica dioica),
por ejemplo, tiene gran contenido en hierro, además de un 20% de proteína en su
extracto seco.
Las plantas silvestres
comestibles y sus usos agrícolas.
La investigación actual sobre flora silvestre comestible se centra en
modificar la genética de los cultivos, enriqueciéndola con la de sus parientes
silvestres, para aumentar su resistencia a plagas, enfermedades y climas
adversos.
La modificación genética de cultivos es uno de los grandes peligros que
amenaza la flora silvestre. Las especies genéticamente modificadas se hibridan
con las salvajes y colonizan el medio, haciendo que desaparezca el material
genético original.
En el caso de cultivos como el maíz se llegó al casi exterminio de las
variedades tradicionales a causa de plantar casi exclusivamente sus parientes
comerciales. Cuando llegó el maíz transgénico, este contaminó el resto de
cultivos. Actualmente es casi imposible cultivar maíz no transgénico debido a
la polución genética.
Muchos agricultores de maíz ecológico descubren al analizar su cosecha
que el genoma de su maíz está contaminado, perdiendo incluso la certificación
ecológica y la inversión realizada en semilla certificada.
El mismo caso ha de suceder con el resto de cultivos.
Las investigaciones genéticas son alentadas por las grandes empresas de
semillas y en ningún caso se muestran prudentes a la hora de valorar las
consecuencias sobre la salud del consumidor o el impacto medioambiental de
estas nuevas especies.
Retirarles la confianza y el apoyo, concienciar a los agricultores de la
no utilización de material transgénico y a los consumidores de la seria duda
que ofrece la alimentación transgénica es el único camino que podremos tomar
para proteger nuestra flora silvestre.
Las grandes cantidades de dinero que manejan los convierten en
adversarios difíciles. Con el argumento del hambre en países asolados por la
guerra y la globalización del comercio obtienen el apoyo de los gobiernos para
comercializar sus productos en territorios donde los sistemas políticos son
corruptos y manipulables por su falta de estabilidad.
Es en las sociedades estables políticamente donde corresponde hacerles
frente.
La alimentación contiene el código adaptativo que permite al cuerpo
humano desarrollarse saludablemente. Los alimentos deben proceder de la
agricultura local y ser consumidos en su estación preferentemente para que su
código energético sea el adecuado.
Consumir plantas silvestres comestibles nos asegura que una parte de
nuestra nutrición entra en los parámetros correctos.
Lo ideal es que el paisaje de nuestra agricultura les proporcione una
fracción de terreno en la que desarrollarse, en ningún caso deberían
recolectarse de los espacios salvajes sino como muestra de material genético a
reproducir.
Las razones para esta restricción son varias y muy intuitivas.
Se corre el riesgo,
al expoliarlas de su medio natural, de su desaparición y de su extinción, pues
algunas de ellas están seriamente amenazadas.
En su recolección se debe considerar la carga de toxinas que puedan
haber almacenado.
No son aptas para el consumo plantas que crezcan cerca de carreteras,
por su acumulación de combustible en suspensión (no todo el combustible se
quema, parte queda en el ambiente). Tampoco se debe recolectar planta que
crezca cerca de cultivos que utilicen pesticidas o herbicidas.
Lo ideal es asegurarse de que el terreno está limpio de tóxicos. La mejor manera de certificar un
cultivo no contaminado es conseguir que crezca en nuestra parcela, de la que conocemos
perfectamente su trayectoria.
Es importante conocer bien la especie. Muchas de ellas tienen parientes
venenosos, poco saludables o poco nutritivos. Si proceden de nuestro terreno
nos aseguramos de que la planta es interesante. Es un caso parecido a la
recolección de setas, vale la pena centrarse en consumir aquellas que conocemos
para minimizar los riesgos de intoxicación.
El objetivo de esta presentación de plantas silvestres comestibles es
analizar las ventajas de su propagación en nuestros cultivos, en terreno
garantizado como libre de tóxicos.
También analizar las características de un cultivo silvestre para
reflexionar sobre los beneficios que aportan al terreno y a la sociedad.
Se incluye un dossier de especies con algunas de las que con mayor
frecuencia se encuentran espontáneamente en los alrededores de la actividad humana,
georreferenciadas en la comarca del Morrazo, al sur de Galicia.
En este contexto, las plantas silvestres comestibles actúan como un hilo
de Ariadna que nos lleva a desentrañar la intensa actividad social que ha
desembocado en el desprestigio de la
agricultura y sus profesionales, debido, precisamente al carácter básico de la
actividad. El poder social que detenta es tan grande que su ninguneo solo puede
ser concebido desde el miedo.
Una población autosuficiente es difícil de manipular. Cualquier agresión
cultural exterior pasa por organizar procesos de dependencia en los sectores
básicos, como son la alimentación y la energía. Es por ello que la sensibilidad
agrícola, lejos de fomentarse, se ha destruido paulatinamente a lo largo de los
siglos.
Las plantas silvestres comestibles son los productos agrícolas puros y
nos ayudarán a definir las prioridades en una agricultura ecosostenible.
Nos dan las claves para organizar una agricultura de calidad, tanto en
el producto final como en la metodología del cultivo.
Agricultura: cultivar marxes
Deseamos como especie asegurar nuestra supervivencia y para ello
recurrimos a la agricultura sedentaria.
Este tipo de agricultura cuenta con espacios fijos y con una
planificación de cosechas en el tiempo y en el espacio, siempre sabremos cual
espacio es el disponible y podemos temporizar las tareas de cultivo.
Una
población sedentaria cuenta con un reparto de la tierra basado en la
compra-venta y la herencia, existiendo también otras formas de tenencia como el
usufructo*, en muchas poblaciones, además,
se cultivan terrenos públicos.
El sedentarismo cuenta con ciertas desventajas, la más importante es el
sentimiento de propiedad del terreno, que nos lleva a pensar erróneamente que
somos los únicos responsables del buen término del cultivo y los únicos
beneficiarios de tal esfuerzo, olvidando tanto al resto de los humanos que
obtienen beneficios indirectos, como al ecosistema que nos sustenta.
La agricultura como actividad posee varias facetas relacionadas que
siempre deberemos tener en cuenta, las más notables son:
1* La logística, con los usos
agrícolas recuperamos la importancia de las comunicaciones, se establece una
red de caminos para acceder a las fincas, bien mantenidos por su uso habitual,
que fomentan la comunicación en el área.es más fácil afrontar imprevistos cuando hay
mucha gente atenta, imprevistos como ladrones de cosecha (jabalíes), o
desastres naturales (inundaciones), etc. Además el trabajo de campo entraña
riesgos que se minimizan si hay gente alrededor, torceduras de tobillo,
soledad, etc.
2*El marketing, se trata de una
disciplina objetiva que nos permitirá conseguir los beneficios económicos que
pretendemos del cultivo. No hay porque sobreexplotar una finca, a
veces basta con plantear cultivos que den mayores beneficios, que ahorren
costes…
La agricultura exige planificación,
es duro comprobar cómo el amor al trabajo físico se impone a las reflexiones
más elementales.
3*La sostenibilidad en el
ecosistema, factor que garantiza la duración en el tiempo de nuestro proyecto. La agricultura sin sensibilidad
estropea el terreno, el agua y la espalda. Si no hay abejas, no hay huerta,
explícaselo al que esparce veneno. Y luego, repíteselo.
4*El paisajismo, nos advierte de
las consecuencias de nuestras actuaciones, es la vara de medir la calidad del
proyecto. A veces nos preguntamos qué es mejor, qué es peor, qué es bueno, la belleza
es un gran rasero, lo bonito, lo amable, lo saludable, en contra de lo
grandioso, de lo terrible, de las mil lechugas en fila, de los ejércitos de
patatas.
5*La repercusión cultural,
inherente al carácter básico de la actividad agrícola, las fiestas de la
cosecha, las reuniones pedagógicas, las actividades lúdicas asociadas, son
históricamente los pilares de la estructura social. La sociedad necesita reunirse.
La alegría de la cosecha
conseguida, de compartir los excedentes, de consolarnos mutuamente de los
desastres agrícolas, es el carácter comunitario de la actividad, exige reunión,
fiesta, aunar fuerzas, discurrir estrategias. No son motivos abstractos de reunión, son muy
reales y necesarios.
Estas variables humanas y ecológicas están en lucha con la economía del
esfuerzo excesivo, que en el caso de la especie humana está más centrado en el
esfuerzo cultural y mental, que en el esfuerzo físico y económico.
La primera cuestión que se nos plantea es como conseguir que un no
cultivo se convierta en cultivo.
La economía nómada está más cerca de nosotros que el período prehistórico
en el que nos acostumbran a datarla. Las paulatinas mejoras sociales nos abocan
a ella como solución a los problemas de incomunicación, estrés y pobreza.
Los seres humanos aspiran a realizarse psíquica y físicamente lo que
implica una investigación constante de su medio social en la que ya no caben
políticas sedentaristas como heredar un oficio en consanguinidad,
identificaciones de origen externo con un lugar físico o mental, o crear
estructuras sociales basadas en su inmutabilidad; factores que fueron los
pilares de la tenencia de tierras en el pasado y que nos han abocado a la
pérdida y abandono del conocimiento y la práctica de la más imprescindible de
las actividades humanas: el abastecimiento de provisiones.
El progreso no es una meta a la que se pueda llegar individualmente, toda
la comunidad ha de llegar al mismo tiempo para que el futuro se convierta en
presente.
Si la progresión de la transmisión del conocimiento es exponencial, (yo
se lo explico a cinco, y esos cinco a otros cinco) es más fácil que los errores
que se puedan cometer se identifiquen y corrijan. Si el aprendizaje se reduce,
los errores podrían pasar desapercibidos.
Una vez hemos tocado fondo, en lo que a la
agricultura se refiere, tenemos la oportunidad de demostrar que la sensibilidad
agrícola es el camino que asegura el equilibrio en el tiempo de la actividad y,
por ende, de nuestra especie.
Siguiendo el orden de las
variables que antes hemos enumerado, vamos a analizar el hecho de cultivar un
no cultivo, como son las plantas silvestres.
Desde un punto de vista logístico, nuestros montes están en peligro de abandono, lo
que dificulta su mantenimiento y limpieza.
El hecho de propagar en nuestros cultivos plantas silvestres comienza
por obtener semilla local de especies ya presentes en nuestro ecosistema, lo
más cercanas a la finca en la que deseamos establecerla, pues son estas las de
mayor viabilidad, las que menos recursos necesitan para prosperar, las que más
resistentes serán a la problemática de la zona(vientos, salinidad,
pluviometría), las que el ecosistema se ha encargado de seleccionar
genéticamente como aptas en un número total de aspectos que para nosotros puede
ser imposible de abarcar (resistencia a microorganismos, endemismos de una
especie).
Al recolectar este material genético utilizamos el monte, lo que
logísticamente mejora sus caminos y su aprovechamiento.
En ningún caso se trata de recolectar nuestra cosecha de plantas silvestres
comestibles en los espacios salvajes, sino únicamente el material genético
que deseemos reproducir. La fauna y flora salvaje es delicada en cuanto a la
injerencia humana y muchas especies, tanto animales, como vegetales, se
encuentran en peligro de extinción solo por el impacto negativo de la presencia
de la actividad humana en su zona.
Podríamos habitar el monte y alimentarnos de sus recursos, en el
objetivo perfecto de que nuestro entorno sea capaz de sostenernos, sin
aportaciones externas.
De ningún modo podemos pretender que el delicado equilibrio natural
proporcione la cosecha necesaria para un núcleo de población que no pertenezca
a la zona de extracción de ejemplares.
La logística debe responder a considerar los espacios salvajes como
zonas de paso, como museos donde podremos visitar y adquirir muestras de lo que
en nuestras fincas agrícolas queramos cosechar.
En este sentido la logística nos advierte que nuestro medioambiente
urbano es entonces el lugar idóneo para cosechar, propiamente dicho, nuestras
plantas silvestres comestibles, lo que nos lleva a considerar la jardinería
como actividad agrícola de abastecimiento de alimentos.
La diferencia entre jardinería y horticultura no existe. Hay
plantas que producen alimento, plantas que
atraen insectos beneficiosos,
plantas que atraen insectos parásitos y los
alejan del cultivo,
plantas que mantienen la tierra mullida, con
buena capacidad de retención de agua y nutrida y
plantas que amenazan nuestra actividad,
pues son las encargadas de cuidar del lugar si lo abandonásemos.
El buen gusto que tengamos a la hora de combinarlas no las exime de sus
funciones.
Analizando la cuestión desde el punto de vista del marketing, exigimos al terreno una
ganancia estipulada de antemano.
La agricultura está sujeta a limitaciones de tipo climático y de medio
físico. Es corriente luchar contra plagas, enfermedades y climatologías
adversas, sin embargo, siempre podremos establecer una cifra de rendimiento de
cosecha según el cultivo y la zona y el período de tiempo que estemos
considerando.
Digamos, pues, que la lucha contra los elementos, de perderse, cifraría
nuestras pérdidas en un tanto por ciento que deberemos desglosar para racionalizarlo.
Parte del rendimiento es el beneficio bruto obtenido, sin descontarle
residuos, ni otros factores que lo
reducen: la cosecha.
Otra parte es la parte de las plagas y enfermedades del cultivo. Poblaciones que aparecen a raíz
de la presencia de nuestra actividad agrícola y que alteran los equilibrios del
ecosistema. Un ejemplo serían los hongos que se desarrollan en una plantación
frutícola cuando una gran cantidad desproporcionada de fruta queda en el suelo.
Es interesante utilizar especies de nuestro ecosistema porque cuando
este absorba las pérdidas no se verá alterado cualitativamente, sino
cuantitativamente. Si hemos plantado una especie que tiende a colonizar el medio
y resulta ser una invasora sudafricana, que acaba por atraer insectos y hongos
de poblaciones poco estables, habrá que sacar la cámara de fotos y a ver qué
pasa. Esta actitud resulta irresponsable, hasta con nosotros mismos.
Si, en cambio, hemos plantado demasiado de algo que ya existía, al
ecosistema solo le costará tiempo devolver el terreno a su equilibrio. Una
agricultura que contemple el uso de las plantas silvestres comestibles nos
facilitará la lucha contra plagas y enfermedades alóctonas agresivas.
Otra parte es la que pertenece al ecosistema. Aquí podríamos incluir pájaros,
jabalíes, ratones, insectos, etc. Incluimos también las pérdidas debidas a
factores climáticos, porque se contempla en el ecosistema la forma de asumirlas
y no alteran su equilibrio.
De puntillas,
bailando coreografías
sofisticadas,
sobreviviendo
a un paisaje de
pesadilla,
en el
que, sin embargo,
quedan
huecos.
|
La pérdida más difícil de asumir es, sin duda alguna, la debida a factores humanos. Aquí englobamos los robos de
cosecha, los errores en la forma de
llevar a cabo el cultivo y los excedentes que no podemos cosechar por motivos
económicos (ya he insistido en la importancia del marketing a la hora de
planificar el trabajo).
Asumir pérdidas resulta tan natural como asumir las ganancias, hay quien
se lamenta porque la cosecha pudo ser mejor, si esta es buena. Las pérdidas
siempre son proporcionales al esfuerzo de trabajo, cuanto más apuestas, más
ganas o más pierdes, o, lo que sería más exacto, más ganas y más pierdes.
Cifrar las pérdidas es como adivinar el clima, un esfuerzo muy local de
práctica diaria. Digamos que cada terreno es diferente, cada persona un mundo.
Lo que sí es seguro es que no va a ser el 100% de ganancia. Ni un 80%.
Probablemente ni un 60%. ¿Escandalizados?
Simplemente, cultiva más terreno, si quieres
más producción. No se trata de elevar los rendimientos de un terreno, sino de
fijar los objetivos responsablemente.
No es lo mismo que se quiera cultivar una superficie, que querer obtener
una cosecha determinada, ni que querer obtener un rendimiento económico.
Si tu objetivo es la cosecha, tendrás que cultivar mejor o más
superficie,
si tu objetivo es el terreno, tendrás que
conformarte con lo que este pueda darte, y
si tu objetivo es un nº determinado de monedas
quizá tengas que estudiar el mercado detenidamente.
Algo que nos remite a las plantas silvestres comestibles es precisamente
su valor económico. Al contar con ellas a la hora de ajardinar márgenes o
utilizarlas como plantas trampa conseguimos rendimiento económico, una segunda
cosecha. Suponemos que el cultivo no es de psc, pues entonces ya no las podemos
tratar como plantas silvestres, sino como plantas cultivadas comestibles.
La lógica de analizar el cultivo silvestre es que este aparece solo, por
exigencias del medioambiente, nuestra labor es potenciarlo y discriminar cuales
son las especies que nos interesan.
Si recolectamos semilla de espacios salvajes y la cultivamos en nuestro
terreno, conseguimos nuestra semilla autoproducida, ya nos salimos de la lógica
silvestre, que es el objeto de este libro.
La lógica silvestre reduce costes puesto que no invertimos en el
establecimiento de las plantas. Si las
cosechamos como cultivo principal, las secamos, embotamos, congelamos o
vendemos frescas, el estudio de costes varía.
Contemplamos la ganancia, sin
embargo, utilizando y seleccionando plantas silvestres comestibles lo que obtenemos es una reducción de pérdidas:
reducen
las plagas pues acogen insectos depredadores,
reducen el consumo de agua, pues
mantienen la estructura esponjosa del suelo,
reducen el impacto visual con su
aspecto variado y acogedor,
muchas de ellas, como el trébol, nitrogenan el
terreno,
protegen al cultivo de las condiciones
climáticas de sol excesivo, vientos, lluvias torrenciales.
Su utilización como auxiliares de cultivo nos ahorra perdidas, más que
traernos ganancias, sin embargo, muchas de ellas son medicinales además de
comestibles y podríamos contemplarlas como un tipo de cultivo asociado, lo que,
probablemente reduciría su diversidad, que es el factor clave de su
éxito.
En el desglose del rendimiento su lugar principal vendría en pérdidas
del ecosistema, ya que no son introducidas por nuestra actividad.
No son cosecha, pero las recogemos y las podemos consumir, se convierten
en una pérdida negativa, una ganancia, al fin y al cabo.
La mayor razón para no cultivarlas expresamente, sino propagarlas como
cultivo asociado al principal es la amenaza de la industria alimentaria.
Si las plantas silvestres comestibles se comercializan se corre el
riesgo de que la ingeniería genética las ponga en su punto de mira, las
investigue, las contamine genéticamente con parientes transgénicos.
Incluso hay que tener en cuenta que el negocio de semillas y la
especulación monetaria con los alimentos están en manos de mafias empresariales
peligrosas. No es de extrañar que utilicen medios drásticos para eliminar competidores,
como ya se vio en el lobby de la iluminación o en los casos de muerte
misteriosa de gran cantidad de inventores de motores alternativos a la
combustión.
La mejor opción cuando tu producto amenaza el equilibrio mafioso es
precisamente que no lo amenace. No se trata de convertir las psc en el nuevo
producto, sino en considerar todo su potencial y aprovecharse de él sin
mezclarlas en el circuito comercial.
Esto es así tanto para nuestra seguridad, como para evitar un deterioro
de nuestro tesoro silvestre por parte de científicos y ejecutivos desaprensivos
y criminales.
La investigación genética es la peor amenaza, pero no la única. El
monocultivo provoca la aparición de plagas específicas. Si además utilizamos
productos químicos que obliguen a la plaga a evolucionar para conseguir
resistencia al tóxico lo que conseguimos son plagas específicas imposibles de
erradicar.
En el caso del tomate comercial se opta por cultivarlo en lana de roca
para evitar el suelo en el que, sí o sí, aparecerá un hongo específico del
tomate, el Fusarium oxysporum var. licopersicii, contra el cual luchar es casi
imposible.
El Fusarium tiene su versión específica para cada cultivo y el origen de
su fuerza es la evolución que ha tenido en los monocultivos a lo largo de los
años.
De la misma manera, un monocultivo de especies silvestres generaría
plagas fortalecidas que irremediablemente se propagarían al medio silvestre.
Lo realmente interesante es conservar la maleza que nos interesa y saber
aprovechar sus ventajas, protegiéndola de los malos usos agrícolas, imposibles de evitar.
Apuntar, además, en este apartado de marketing, la importancia que tiene
para la empresa la implantación de un sistema de gestión medioambiental que
defina sus políticas de prevención de impacto medioambiental negativo, de cara
a solicitar una certificación que la avale frente a la competencia, como valor
añadido a sus productos.
En este sentido se impone el cálculo de la huella de carbono en la
trayectoria de los productos. Cualquier aspecto conservacionista del suelo, en
el sentido de que este conserve su máximo nivel de carbono, no dejándolo
desnudo y conservando al máximo su cobertura vegetal minimizará la huella.
Según las estadísticas del Ministerio de agricultura y medioambiente del
año 2012, España fue el primer país en número de hectáreas. dedicadas a la
agricultura ecológica de la Unión Europea.
Andalucía, Castilla-La Mancha, Cataluña y Extremadura son las
Comunidades autónomas con mayor número de has. y operadores ecológicos.
Pasemos al punto de la sostenibilidad medioambiental, lo que nos permitirá mantener nuestra actividad en el
tiempo.
El abandono de la actividad agrícola se debe a varios factores: la
pérdida de fertilidad del suelo, la proliferación de plagas, la reducción del
beneficio económico y los cambios en la sociedad a la hora de valorar el oficio.
En algunas regiones agrícolas practican laboreos tan agresivos que no
permiten a la flora de microorganismos recuperarse. Recordemos que estos viven
en la capa superficial del terreno. Al voltearlo se mezcla la capa fértil con
la tierra compactada y sin oxígeno del fondo.
La capa superficial debe regenerarse con abonos que provean de
microorganismos o con el tiempo, que todo lo cura. Si el laboreo es muy
agresivo le resulta imposible recuperarse.
La función de estos microorganismos es que la planta acceda a los
nutrientes. En los terrenos estériles las plantas desaprovechan cantidades
exageradas de abono, que acabará en filtraciones al acuífero, contaminación del
agua, gastos exagerados y abandono de la actividad agrícola. Luego escucharemos las frase de esta tierra es mala, dicha con gran
desprecio.
El ser humano es capaz de generar mucho perjuicio, pero esto responde a
su peculiaridad como especie, el hecho de aprender por el ensayo, del método
del acierto-error.
A la larga las actividades perniciosas cesan, por un motivo o por otro.
Los políticos siempre se apuntan el tanto, pero la verdad humana es que el
avance y el progreso social es imparable, aunque haya quien ha logrado
ralentizarlo increíblemente.
Estropear la tierra es inviable en el tiempo. No tiene futuro en nuestra
sensibilidad. La especie humana está programada para sobrevivir y afrontar el
futuro como primera regla y, a la larga, no asume actitudes contrarias a ella.
Aunque la actividad sea nomadista y no vayamos a ejercerla con
continuidad, debemos pensar en la colectividad. En quién vendrá tras nosotros y
qué se va a encontrar. Ese es el auténtico espíritu nómada. El sedentario
piensa que todo muere con él. Cuando abandona la tierra, es porque nadie la
quiere.
Las plantas silvestres comestibles son viveros de microorganismos,
insectos y flora. Las zonas que dejemos previstas para las plantas silvestres
ayudarán al resto del terreno a repoblar su flora bacteriana si hemos tenido
que remover la tierra y enterrar en las capas inferiores sin oxigeno a nuestros
microscópicos aliados.
Estas zonas silvestres servirán para atraer a las abejas que polinizarán
nuestra huerta, sin las que sería imposible que esto sucediese.
La desaparición de colmenas, debido a la desorientación de las obreras
que salen a recolectar y no pueden encontrar el camino de vuelta ha sido
relacionada con los restos de sustancias tóxicas, como fungicidas, algunos
prohibidos hace más de treinta años, lo que hace suponer que o bien se siguen
utilizando o que su persistencia en el terreno es el verdadero problema.
Estas sustancias están presentes en el polen de las flores y contaminan
el organismo de la abeja.
Es necesario proporcionarles espacios de flores sin veneno, para
contrarrestar la gran cantidad de flor envenenada que no podrán evitar. De
nuevo insisto en que sin abejas, no hay huerta, son las encargadas de polinizar
los cultivos.
Puede suceder que abandonemos la actividad agrícola y el terreno deba
regenerarse por su cuenta. Puede suceder que le ayudemos en ese proceso de
regeneración o que por lo menos le permitamos disponer de una buena muestra de
material genético en nuestras islas silvestres o en los márgenes, donde crecen
de manera natural las plantas encargadas de recuperar la zona cuando nos
hayamos ido.
Sin llegar al abandono, la naturaleza cubre con un manto de fertilidad
cualquier mancha de terreno que haya quedado al descubierto.
Si las primeras plantas que aparecen son las más agresivas es porque no
disponemos de las reservas de material silvestre entre los cultivos.
Esta reflexión también se aplica a la fauna. Una diversidad de material
silvestre consigue una población equilibrada de insectos, arácnidos, aves,
mamíferos, etc. Cuanto más equilibrada sea, más difícil es que una plaga se
extienda, puesto que no encontrará hueco en el equilibrio natural.
Una población de insectos bien diversificada significa la presencia de pequeñas
aves insectívoras y grandes aves de presa.
Un parásito que caiga en un
campo de comida es un parásito comiendo, la maleza entre el cultivo frena la
propagación de la plaga de planta a planta.
Un parásito que cae en una
planta en la que vive un depredador, es un parásito muerto.
Un parásito que
cae en suelo desnudo sigue buscando.
Un depredador que cae en suelo
desnudo sigue buscando.
Por ello es necesario que no haya suelo desnudo si queremos que los
insectos que nos puedan ayudar se queden en nuestros cultivos.
En ocasiones eliminamos la vegetación silvestre cubriendo con láminas de
plástico o cobertura vegetal seca, como paja o cortezas, o con recubrimientos
de gravilla, que impiden el paso de la luz y la germinación de la maleza.
Si deseamos atraes a los insectos devoradores de plaga se hace necesario
el uso de cartulinas verdes en el suelo. Los insectos beneficiosos se posan en
ellas un número de veces hasta encontrar una planta con plaga de la que
alimentarse. Si encontrasen suelo desnudo abandonarían el lugar, las cartulinas
los engañan para que sigan buscando por los alrededores.
Dice hum!
Dice oh-oh…
Los hongos que atacan nuestros cultivos no son los únicos hongos que
encontraremos presentes en nuestros suelos.
Las setas comestibles, los hongos patógenos, los hongos que no influyen
en nuestro cultivo y los hongos antagonistas que eliminarán al patógeno es lo
que vamos a exterminar con los productos fungicidas.
Las tierras que poseen hongos antagonistas como Trichoderma harzianum no
tendrán problemas de mildiu. En el caso de haber utilizado planta contaminada
este hongo controlará la enfermedad.
De haber pulverizado fungicidas en el suelo se hará necesario inocular
de nuevo la tricoderma, que ya se comercializa y está aceptada como tratamiento
en la agricultura biológica.
Una buena diversidad de hongos en el suelo es
la mejor de las protecciones contra el mildiu, ya que estos no permitirán que
encuentre espacio suficiente como para arruinar toda la cosecha. Obviamente el
mildiu aparece y hay que controlarlo fundamentalmente con plantas bien aireadas
y evitando podas innecesarias en condiciones de alta humedad y eliminando las
partes de la planta afectadas por el hongo.
Obviamente conviviremos con el mildiu, pero no es necesario regalarle
toda la cosecha. Este es un buen ejemplo de cómo la biodiversidad reduce el impacto de las
plagas, y como eliminándola lo único que conseguimos es dejarle el sitio libre
al las especies agresivas.
Mildiu, oidio, cochinilla, araña roja, son síntomas de mala práctica en
el cultivo y de baja biodiversidad. Las soluciones que pasan por el agua
jabonosa, agua de ajo, azufre, limpieza manual, homeopatía (diluir
infinitamente un insecticida) van de la mano de permitirle a la planta un
espacio adecuado de suelo, luz, agua y aireación y, muy importante, no privarle
de sus micorrizas, las raíces asociadas producidas por hongos colaboradores.
El uso de plantas silvestres entre el cultivo dificulta la propagación
planta a planta del hongo. Seleccionando las que no sean muy densas conseguimos
una buena aireación. Mantienen un microclima húmedo que hará innecesario los
riegos excesivos para no arriesgarnos a la sequedad de la planta. Los insectos
de los que son huésped harán por nosotros esa limpieza constante necesaria,
crisopas y mariquitas son grandes aliados que podríamos introducir.
No sólo los insectos son plaga, los ratones de campo y topillos son muy
habituales a la hora de generar pérdidas, aunque suele suceder que se atribuya
al topo lo que haga el ratón.
Una de las maneras de sumergir al topo en busca de lombrices es aumentar
la profundidad del terreno. Esto se consigue con la presencia de
microorganismos eficientes. Las lombrices atraerán al topo muy por debajo del
cultivo entonces.
Con sencillos métodos se puede conseguir un coctel de microorganismos
locales, que siempre serán más adecuados a nuestro terreno.
Los desequilibrios en el ecosistema son el desencadenante de esos
períodos donde las poblaciones se disparan y, aunque con el tiempo vuelvan a
estabilizarse, resulta mucho más económico prevenir estos desequilibrios que
compensar las pérdidas de cosecha, sumadas al gasto en venenos que las originan
y al desembolso que supone enfrentarse al ataque de una plaga.
Las aves rapaces consumen ratones y topillos, mantienen estables las
poblaciones de aves pequeñas que comen del cultivo y son hermosas. Su
impactante e insustituible efectividad se comprueba en cada plaga de roedores
que se haya sufrido.
La sostenibilidad no solo se refiere al equilibrio entre las poblaciones
naturales para que no suceda el descontrol de alguna que origine una plaga.
Uno de los objetivos de la sostenibilidad es que la actividad se nutra
de sus propios recursos.
En el caso del agua tratamos con un factor limitante, tanta agua, tanto cultivo. Utilizar plantas silvestres en
vez de suelo desnudo a la hora de presentar la tierra reduce el consumo de
agua. Lograremos que cada gota se destine al cultivo que hemos programado si no
se desperdicia evaporándose.
Los suelos desnudos carecen de humedad ambiental, cualquier molécula de
agua evaporada se pierde en las corrientes de aire. La cobertura vegetal, en
cambio, permite que esta masa de agua evaporada por el calor permanezca en la
capa superficial y no se pierda, hace que la temperatura descienda y reduce así
la evapotranspiración.
Podremos contrarrestar los problemas de sequía, reduciremos los riegos,
optimizaremos cada gota de agua. Las plantas silvestres que protejan nuestro
cultivo mantendrán el suelo húmedo y reducirán la temperatura de este.
Otro recurso que debemos autogestionar es el abonado.
Varios son los tipos de abonado, uno de ellos es el abono mineral, que
aportamos antes del cultivo, es un abonado que permanece en el terreno y que no
necesita aportes posteriores. Este tipo de abonado es el que proporciona K y P,
necesarios especialmente en la producción de raíces, floración y fructificación
respectivamente. Además contendrá esos elementos que cultivos anteriores hayan
extraído excesivamente o cantidades de cal necesarias para corregir el pH del
suelo. Este abonado se realiza meses antes de la plantación.
La ceniza que obtengamos de quemar restos en nuestro terreno nos
proporcionará este abono de K y P. Hay que considerar la pérdida de carbono del
suelo al sostener un incendio. Pueden aprovecharse zonas que haya que
esterilizar para situar las hogueras, aportando luego el abono nitrogenado
necesario.
Otro de los tipos de abonado es el abono verde. Se compone de plantas
cultivadas con el objetivo de ser esparcidas en el terreno después de cosechar,
que aportarán los nutrientes que hayan sido extraídos del suelo.
Las plantas silvestres que tengamos entre nuestros cultivos deben ser
controladas en número y tamaño para evitar la competición excesiva con el
cultivo.
También entre los núcleos de flora silvestre que tengamos en islas y
márgenes deberemos de seleccionar las que nos interesan. En el caso de que se
deje descansar la tierra se dejarán sobre el terreno para que actúen como abono
verde. Durante el cultivo se pueden aclarar las que crezcan demasiado y
dejarlas en el sitio para que abonen.
Hay que tener un especial cuidado con especies sensibles a hongos, como
el tomate o la vid, en ese caso es mejor que el terreno este limpio de restos
secos o en pudrición, aunque haya maleza. Un rastrillado o un barrido nos
limpiaran las malas hierbas de estos restos.
Si el terreno sigue ocupado con un cultivo las compostaremos de modo
aeróbico, en la compostera tradicional, bien aireada, tapada para mantener una
temperatura moderada, o en composteras anaeróbicas, tapadas herméticamente en
las que añadiremos aceleradores del compostaje como microorganismos eficientes.
En el primer caso el compostaje dura aproximadamente un año, en el
segundo semanas, dando lugar, además, a lixiviados que se utilizan como abono
foliar.
Con este tipo de abonado aportamos nitrógeno (N), elemento que permanece
poco tiempo en el terreno y que se aporta sucesivamente.
Si los aportes son excesivos contamina las aguas al filtrarse. El abonado de N corresponde a la etapa
de la planta que está en crecimiento, debiéndose reducir en floración y
fructificación, pues las retrasaría o perjudicaría.
Muchas plantas silvestres aportan nitrógeno al terreno debido a su
simbiosis con bacterias nitrificantes. Las plantas silvestres no tienen porque
ser consideradas como competidoras de recursos, si son de tamaño moderado y
pertenecen a este tipo de especies.
Hay que añadir que el exceso de abono nitrogenado aumenta la necesidad
de agua de la planta y conlleva la aparición de hongos patógenos.
En general, un respeto a la biodiversidad ayudará a nuestros cultivos y
mermará las perdidas, lo que es fundamental para que nos siga pareciendo
rentable el oficio de agricultor.
El paisajismo es la herramienta definitiva que
nos ayudará a comprender la bondad de nuestras acciones.
Podemos entender porqué un árbol es plaga cuando observamos su falta de
sincronía en el paisaje, es demasiado alto, sus formas son muy diferentes de
las que acostumbramos a observar, su color es estridente en comparación con las
gamas cromáticas de sus alrededores.
Cuando algo resulta feo es porque se encuentra fuera de lugar.
En agricultura predominan los sentimientos deportivos de superación y
competición que nos llevan a realizar esfuerzos físicos exagerados y dañinos,
tanto para nuestro cuerpo como para el terreno. También nos solemos impresionar
con la magnificencia del monocultivo intensivo, con el tractor más rojo y más
grande, etc.
A veces hay que aburrirse un poco, suele ser la clave del equilibrio y
la calma. Cosas tan poco emocionantes como mezclar tomate y cebolla, dejar que
crezcan malas hierbas protectoras y barrer con una escoba los restos secos, no
solo son efectivas, son muy efectivas.
El pensamiento moderado se centra en dimensionar el esfuerzo necesario y
en esa corrección encontraremos las herramientas y técnicas de cultivo que
realmente necesitamos.
El resultado estético de la agricultura equilibrada es acogedor,
colorido, amable. No es casualidad que la salud de nuestro cultivo vaya de la
mano de la belleza, ni que la belleza que consigamos vaya de la mano de nuestra
salud física y mental.
Si nos vemos obligados a labrar el suelo de manera desproporcionada para
conseguir que crezcan plantas de formas extrañas, demasiado brillantes, muy
alejadas en su estética del entorno que las rodea, siempre podremos equilibrar
este efecto desagradable con márgenes e islas silvestres.
Demasiadas veces hemos comprobado que estéticamente la agricultura es un
paso atrás, hasta que reflexionamos en las proporciones de las actividades
agrícolas.
El monocultivo es una de las agresiones al paisaje que convierten una
comarca en una triste visión. Huir del monocultivo es llegar al ecosistema.
Si nos alejamos del concepto de ganancia entendiendo que hay pérdidas
que resultan razonables, nos encontraremos muy cerca del placer estético.
En la agricultura tradicional no se observan caminos entre las parcelas,
entre los diversos cultivos,
no se observan áreas estanciales para
disfrutar, descansar o utilizar por los responsables del cultivo,
no se observan puntos que sirvan
de foco visual, de referencia para construir el paisaje de una extensión
agrícola.
Un paisaje agroecológico combina cultivo, zona asilvestrada y zona
salvaje. Nuestras acciones se centrarán en establecer el cultivo, en
seleccionar en la zona asilvestrada las plantas silvestres comestibles que nos
interesen y en respetar la zona salvaje.
En las grandes parcelas de monocultivo se aprovecha hasta el último
milímetro de terreno para su aprovechamiento económico. Sería muy fácil
reservar las zonas de esquina para crear áreas asilvestradas que sirviesen como
zona estancial, como hábitat para la fauna y flora del lugar y como descanso
visual.
Se puede convertir el monocultivo más intenso en un paisaje de formas
agradables si huimos del cien por cien de terreno cultivado. El hecho de disfrutar
del aprovechamiento de una porción de tierra nos obliga a devolverle ese favor
al medio natural reservando espacios libres en los que desarrollarse.
El precio estético que pagamos nos aleja de la actividad agrícola y nos
aboca al abandono del medio rural y a subestimarlo por embrutecido.
En las pequeñas huertas es aún más necesario que haya caminos y zonas estanciales para poder trabajar más
cómodamente. Los espacios de descanso, sombreados, no solo nos permiten dejar
aperos y cajas, también son imprescindibles para que los niños y ancianos
puedan acceder al lugar.
Que los
niños y ancianos tengan en las huertas espacios apropiados es importante para
conciliar el trabajo agrícola con la vida familiar.
Tu eres
el tronco
y la
sombra,
eres la
zona oscura
alrededor
de la cual
todo
reverdece.
|
Los animales que utilicen los pasos no destruirán los cultivos, los
perros pululan entre las parcelas si se encuentran caminos bien delimitados.
Carecer de caminos nos obliga a romper planta, con el consiguiente
problema de hongos, nos obliga a dejar las herramientas en lugares inadecuados
aumentando la probabilidad de tropiezos y accidentes.
Establecer una red de caminos es una de las necesidades paisajísticas
básicas. Define cuales son las zonas de mayor especialización que queremos
mantener aisladas y cuales las zonas de mayor carga de trabajo que necesitan
mejores accesos.
Los puntos singulares indican lugares de aprovechamientos especiales, como un área estancial y
ayudan a construir un área visual a su alrededor. Son absolutamente necesarios
a la hora de construir un paisaje. El árbol se convierte en la metáfora
perfecta cuando hablamos de estos focos visuales.
El árbol es esa estructura natural alrededor de la cual se ordena el
ecosistema. Un árbol con aprovechamiento alimentario puede ser el mejor aliado
paisajístico de una composición hortícola. Los hay de gran tamaño, en el caso
de que nuestra parcela se integre en un ecosistema de bosque, los hay de tamaño
moderado, como los arbolillos frutales.
Podríamos sustituir el necesario árbol con una pérgola de alguna planta
trepadora que nos interesase, como la vid o el lúpulo.
Otro elemento que tradicionalmente se asocia a la jardinería y el
paisajismo es el cerramiento.
Un seto o hilera de plantas beneficiosas se convierten en una barrera
indispensable a la hora de proteger un cultivo. Si la parcela de cultivo está
rodeada de plantas silvestres comestibles, serán estas las que acaparen la
fauna local, servirán de cortavientos y resultarán el marco estético perfecto
para las especies de otros ecosistemas que queramos reproducir en nuestros
terrenos.
Zonificar nuestra actividad nos ayuda a conservar el material silvestre
que nos interesa.
Las zonas salvajes que rodeen nuestro cultivo deberán ser protegidas al
máximo de las acciones humanas, por lo cual se hace necesario que establezcamos
esas zonas asilvestradas de donde recolectaremos las psc y donde disfrutaremos
de en espacio seminatural, algo que evitará incursiones en el medio natural más
frágil.
Algunas especies de aves están amenazadas de extinción por ser sus
hábitats lugares de esparcimiento humano. Las parejas no procrean si la
presencia humana es excesiva, los pollos asustados se arrojan de los nidos, el
comportamiento de algunas especies se modifica sustancialmente con esta
presencia.
La mejor manera de proteger el medioambiente de nuestra invasión es no
necesitarlo. Nuestras zonas asilvestradas pueden proporcionar el espacio
natural que el ser humano busca.
Devolver parte del terreno al medio natural es la mejor manera de
preservarlo.
La mayoría de los cultivos de huerta son especies alóctonas que proceden
de otros ecosistemas o de ingeniería genética. Rodearlas de vegetación
silvestre reducirá su elevado impacto visual negativo.
Convertimos así las huertas en jardines. Con las plantas silvestres
comestibles como aliadas tendremos además la ventaja de conservar el entorno a
la vez que cuidamos el aspecto estético de nuestros cultivos, evitando utilizar
especies de jardinería tradicional que o son tóxicas o invasoras.
En el caso de que una de nuestras plantas sea de especie invasora, si es
de nuestro ecosistema reduciremos su impacto, si es comestible resultará mucho
más sencillo controlar la plaga. No hay nada mejor para terminar con una
plaga que comérsela o utilizarla como leña.
El hecho de menospreciar el impacto visual del cultivo agrícola nos da
la medida del retroceso intelectual asociado a la actividad agrícola. Retroceso
que, en gran medida, vino propiciado por los estratos de la sociedad que se
aprovechaban económicamente del sector.
No interesaba que los campesinos fueran gente sensible y atenta, ya que
eran utilizados como mera fuerza de trabajo y su sector resultaba tan
imprescindible que, de darse cuenta de su propia importancia, se hubieran
convertido en un serio rival a la hora de repartir las responsabilidades en la
sociedad.
Cualquiera se siente orgulloso de vivir en un paisaje sano, bello y
equilibrado. Es parte de nuestra sensación de pertenencia a un lugar, la
belleza de este. Podríamos decir que tanto paisaje como idioma hacen nación,
que las repercusiones de un paisaje asolado llegan a la política y al corazón
de la gente, con lo que se convierte en prioridad respetarlo y participar de su
buena trayectoria.
¿De qué manera repercuten las plantas
silvestres comestibles culturalmente?
Como ya se dijo en el apartado anterior el abandono de la actividad
agrícola se debe a varios factores: la pérdida de fertilidad del suelo, la
proliferación de plagas, la reducción del beneficio económico y los cambios en
la sociedad a la hora de valorar una actividad.
Las plantas silvestres comestibles nos ayudan a paliar las dos primeras.
Un buen estudio de mercado nos garantizará la ganancia. Los cambios en la
sociedad, la cuarta, fueron la principal razón del abandono de tierras
agrícolas en el pasado.
Es un ejemplo como a mediados del siglo XVII se introdujo en Irlanda la
patata (Solanum tuberosum), en detrimento de la chirivía (Pastinaca sativa),
con lo que la agricultura vivió momentos de gran renovación dada la alta
productividad de este cultivo.
Sin embargo, una plaga asoló las cosechas provocando la histórica
hambruna que fue uno de los factores decisivos de la emigración masiva de
irlandeses a tierras norteamericanas. Hambruna que de haber seguido confiando
en la chirivía no hubiesen padecido.
Las migraciones humanas del campo a la ciudad despoblaron regiones
enteras. En la actualidad es posible combinar la actividad agrícola con los
hábitos ciudadanos y con el progreso tecnológico.
Las ciencias de la información permiten a cualquier agricultor estar al
tanto de las novedades agrícolas, de las ferias que le conciernen, de las
amenazas del mercado y de los foros de opinión en los que compartir sus
preocupaciones y soluciones.
El agricultor ha dejado de ser una persona aislada y manejable. Puede
trasladarse con facilidad y tener su lugar de residencia alejado del terreno
que cultiva.
Situaciones como la estafa de la venta de semillas estériles, tener que
vivir en núcleos apartados o centrar sus relaciones sociales en el oscurantismo
del guetto campesino han pasado a la historia. Ya no hace frío en el campo, los
hijos de los agricultores ya no van descalzos, ya no hace falta parecer poco
educado para llevarse bien con los vecinos y la información técnica necesaria
está al alcance de cualquiera.
La vida rural se ha convertido en el sinónimo de la comunicación y de
las relaciones sociales. Cada vez es más frecuente que la agricultura se
convierta en un terreno social agradable y constructivo en el que relacionarse.
Para que esto haya ocurrido ha sido necesario que la investigación
agrícola se convierta en el primer objetivo. Esto ha magnificado el número de
contactos humanos y ha enriquecido la actividad. Se está llegando a cotas de
sofisticación y sensibilidad que han convertido la agricultura, la horticultura
y la jardinería en un terreno agradable en el que desarrollar nuestras capacidades
mentales, lo que ha mejorado cualitativamente las relaciones sociales.
Las plantas silvestres comestibles pertenecen todavía al campo
experimental y solo pueden traernos satisfacciones en ese aspecto. Nos obligan
a relacionarnos para seguir consiguiendo datos necesarios, se establecen redes
de información que nos mantienen comunicados.
Por su idiosincrasia silvestre nos mantienen también en una conversación
interminable con el ecosistema y nos obligan a mantener ese contacto
imprescindible.
Dado que la agricultura es en sí una actividad que genera residuos y
daños al sistema natural, el interés por la flora silvestre mantiene a los
agricultores atentos a las actitudes correctas de respeto al medioambiente.
Otra de las ventajas que encontramos en la investigación de la flora
silvestre comestible es el acercamiento a nuestra propia historia, a los usos y
costumbres culinarias que fueron la base de construcción de nuestra sociedad.
Estas hierbas beneficiosas dieron sus nombres a calles, barrios y
topónimos de toda clase, son algunos de nuestros nombres y apellidos, nos
acercan a quienes somos.
La historia de nuestras comunidades, perdida en el olvido en favor a las
idas y venidas de cuatro famosos militares, permanece en estas pequeñas
hierbas. Su nomenclatura, sus usos, su gastronomía, son los pilares de la
comunicación de una población, un porcentaje muy alto de los temas de
conversación que históricamente se han tenido en una comarca.
Nos acercan a nuestra historia a través de nuestros mayores, en un
momento crítico en el que puede ser la última oportunidad de acceder a ese
conocimiento, dada la edad de la última capa de población que mantuvo el
contacto directo con el entorno natural.
La importancia de obtener estos testimonios para ahorrarnos los siglos
de experimentación que los originaron es una de las razones que hacen necesaria
la longevidad humana en estos tiempos. Podemos reparar el daño de habernos
alejado del ecosistema si reparamos el contacto y tendemos el puente al pasado.
La comunicación humana no solo es una circunstancia, es también un
objetivo. Es la piedra angular del progreso humanista. La revolución femenina,
el respeto al medioambiente, el reconocimiento de los derechos animales y
vegetales, el fin de la explotación obrera, el fin del secuestro cultural
vienen de la mano de la comunicación.
Cuando se llega a una conclusión y esta es comunicada es difícil que se
pierda en el olvido. Mantener una red de pensamiento colectivo ininterrumpido
fue el objetivo de crear escuelas de pensamiento y universidades. La
investigación sobre plantas silvestres comestibles mantiene vivo el intercambio
de ideas, que ya es un fin en sí mismo.
Su repercusión cultural garantiza las reuniones y encuentros en torno a
la conservación del medio, a través del contacto con el medio, paseos y
jornadas. Se trata de una investigación que sale del laboratorio, que entra en
las casas hasta la cocina y que nos obliga a mirar de cerca cada flor.
Lo que garantiza el resultado y la continuidad de la investigación es el
hecho de estar relacionado con la supervivencia de la especie, una especie que
tiene por objetivo prestar atención al hecho de comer.
Una cuestión cultural que nos habla de cómo hemos perdido la soberanía
alimentaria es el hecho de plantar como verdura especies que no son autóctonas,
sino que provienen de ecosistemas muy diferentes.
De alguna manera han querido arrebatarnos nuestra cultura y nuestra
historia, haciéndonos creer en una gastronomía que se fundamenta en vegetales
que conocemos no hace más de trescientos años.
Esta cuestión afecta paisajísticamente, pues estos vegetales son
estéticamente muy diferentes a las plantas de nuestro entorno. Valoramos en
jardinería el exotismo en las especies vegetales antes que la salud de nuestros
jardines, nos exponemos continuamente a la colonización de especies foráneas
que se convierten en plaga, a la toxicidad en la mayoría de las especies de
jardinería y al menosprecio de la estética que nos es propia.
Estas especies extraen del suelo mucho más de lo que este puede
proporcionar y es por esto que se hace tan necesario el abonado, causa
principal de la toxicidad de las aguas de acuíferos y ríos y de la pérdida de
fauna de estos, proliferación de algas, etc. Nos quedamos sin pesca, envenenamos
la tierra y el agua, todo queda enmarcado en la dependencia que genera de las
empresas que se dedicarán a vendernos los productos que necesitemos una vez
hayamos anulado nuestro autoabastecimiento.
Considerar la verdura tradicional, que son las plantas silvestres
comestibles nos devuelve la salud del planeta y nuestra soberanía alimentaria.
Su cultivo está muy reñido con la comercialización en el tejido empresarial
actual. Las verduras convencionales están seleccionadas genéticamente para soportar
el transporte y el almacenamiento, mientras que la verdura silvestre debe
consumirse en el día y recolectarse con cuidado.
Mientras no cambiemos los usos comerciales podremos aprovechar la
verdura silvestre en términos de autoabastecimiento y como apoyo a nuestros
cultivos. Poco a poco volveremos a depender de nuestros ecosistemas y
recuperaremos la importancia de alimentarnos de verdura silvestre. Como
siempre, este cambio es interior y muy personal.
Depender del entorno es el pilar de la cultura, integrar lo que nos llega de lejos
con lo más cercano será el esfuerzo de superación necesario para que la vuelta
al medio rural no se convierta en el oscurantismo cultural que tradicionalmente
fue.
Es por ello que convivirán en nuestros cultivos plantas autóctonas y
alóctonas, de las proporciones de esta mezcla podremos sacar las conclusiones
culturales de en qué manera conservamos lo que es nuestro y, al mismo tiempo,
experimentamos lo que nos viene de fuera, qué niveles de respeto hacia la
tradición y qué tolerancia hacia lo novedoso mostramos.
Las plantas silvestres
comestibles en jardinería.
Si tuviésemos que hacer
diferencias entre agricultura y jardinería no las encontraríamos en términos de
diseño o respeto al medio natural.
La jardinería hace incapié en el uso lúdico de la zona de cultivo,
utiliza especies no comestibles e incluso tóxicas, pero esto podría quedar
encuadrado en estilos jardineros.
El jardín de plantas silvestres comestibles se diferencia de su cultivo
agrario en que no centra en el aprovechamiento nutritivo de la planta, sino que
prima su aspecto estético.
En la jardinería contemporánea se observa una clara tendencia al uso de
planta silvestre en las zonas alejadas del jardín, con la ventaja de su menor
mantenimiento y el ahorro de costes de mano de obra. También estas zonas ayudan
visualmente a centrar la atención del diseño hacia el jardín de entorno, más
cuidado y de diseño sofisticado.
Otro uso de la planta silvestre es la inclusión de trébol (Trifolium
repens) y margarita menor (Bellis perennis) en las praderas de césped lo que
las nitrifica y embellece respectivamente.
La selección de especies en jardinería se basa principalmente en su
existencia en el vivero. Aunque estos respondan a la demanda del consumidor, la
repercusión de la planta silvestre comestible en jardinería comenzaría por un
viverismo consciente de las posibilidades estéticas de estas especies.
Sus ventajas se encuentran en la mayor resistencia y adaptación al
terreno, muchas de ellas son de carácter invasor, lo cual las faculta para el
ajardinamiento de taludes o medianas, en todo caso, si se expandiesen al
ecosistema no lo dañarían como algunas invasoras típicas de jardín que se han
convertido en peligrosas plagas, como la
hierba de la pampa (Cynerium argenteum).
Pocas veces se analiza el impacto regional de la agricultura y la
jardinería. Si hiciésemos un recuento de especies arbóreas de una comarca nos
encontraríamos con un desastroso porcentaje de ejemplares alóctonos. El uso de
plantas que provienen de otros ecosistemas aumenta la necesidad de recursos del
jardín, la colonización de especies invasoras peligrosas y el malestar de la fauna
local.
Del mismo modo sorprende el número de árboles y hectáreas ajardinadas,
que de contar con especies comestibles serían una despensa perfecta para
ciudades y hogares.
También es asombroso el espacio que se desperdicia al no cultivar
azoteas y paredes. La jardinería vertical protege las construcciones, además de
embellecerlas.
Los inconvenientes que nos encontramos a la hora de cultivar especies
comestibles en el jardín es la toxicidad del medio y la gestión del alimento no
aprovechado, que en el caso de árboles frutales es ingente.
La polución del ambiente a causa de los vehículos a motor y el uso de
sustancias nocivas en los jardines convierten el hecho de producir comida en la
ciudad como un serio riesgo para la salud.
Si el parque móvil utilizase motores de hidrógeno y la escarda de malas
hierbas fuese manual o con acolchados, si se perdiese el gusto por mostrar
terreno desnudo o se sustituyese este por zonas de cobertura de grava,
probablemente la ciudad se autoabastecería de alimento vegetal y fruta.
Posibilidad que aterra a todas las corporaciones que hacen negocio mediante la
circulación de dinero.
Las empresas que se dedican a la agricultura y a la jardinería podrían
modificar sus actividades hacia la garantía y distribución de producto, pero
las empresas financieras necesitan que
el dinero exista y circule, verdaderos parásitos del espíritu humano.
Las especies que tradicionalmente se utilizaron en jardinería y tienen
aprovechamiento culinario y nutritivo son muchas. En jardinería pública la
norma es plantar especies tóxicas, quizá por el riesgo de que la población
quiera consumirlas.
En huertos urbanos también encuentran dificultades para su expansión, ya
que la reducida extensión de estos impide que se disponga de terreno
asilvestrado para su desarrollo y como cultivo son menos productivas que las
especies comerciales.
En la jardinería vertical encuentran un nicho optimo las vivaces
comestibles silvestres, por sus reducidas exigencias de cultivo, también
podremos controlar la toxicidad del medio para verificar la bondad de su consumo,
ya que en jardinería vertical se suelen utilizar abonos químicos y repelente
para insectos.
Las plantas en la ciudad regulan el calor y las corrientes de agua de
lluvia, torrenciales a veces, aíslan acústica y térmicamente las edificaciones,
además de proteger su estructura, mejoran la calidad del aire secuestrando
carbono y fijando gases contaminantes, permiten la existencia de hábitats
animales y sensibilizan medioambientalmente a la sociedad.
Si las especies comestibles que se utilizan en jardinería son silvestres
y pertenecen al ecosistema nos encontraremos con un jardín útil y estéticamente
integrado con nuestro medio natural.
El hecho de acercarse a estéticas sofisticadas en los ajardinamientos
responde a la utilización de los jardines como medio de conocimiento.
En las épocas de expedición intercontinental se convirtieron en el
escaparate perfecto para mostrar el poder colonialista. Fue en aquellos tiempos
cuando se popularizaron los invernaderos de especies exóticas.
Ese mismo espíritu de conocimiento es el que ha surgido en los jardines
autóctonos, donde con pequeños carteles se exhiben los nombres de las especies
que podremos encontrar en los bosques naturales.
Si se exhibieran museísticamente las plantas silvestres comestibles de
nuestros montes acentuaríamos el riesgo de expolio y extinción de estas
especies.
Quizá donde más éxito tendría sería en la
jardinería privada. En ese entorno garantizaríamos las condiciones de salud del
cultivo. No solo en las zonas asilvestradas que se citan anteriormente, también
como planta de parterre son particularmente interesantes las liliáceas, como
ajo y cebolla.
Históricamente encontramos muchos ejemplos de especies silvestres
comestibles que a pesar de sus buenos resultados estéticos han sido desplazadas
por especies sin aprovechamiento comestible.
Dado que un jardín privado no provoca situaciones complicadas en el
reparto de las responsabilidades de cultivo o de cosecha, plantar especies
comestibles sólo puede dar beneficios.
Por todas estas razones el uso de plantas silvestres comestibles en
jardinería debe propugnarse desde el viverismo.
Una vez que los ajardinamientos privados cuenten con este tipo de
especies, estas colonizarán la jardinería pública y los cultivos agrícolas.
Hemos de pensar que la sociedad humana es muy sensible a las
catástrofes, naturales y sociales. El cambio climático, las fluctuaciones del
mercado y la posibilidad de conflictos armados hacen que sea una opción
inteligente convertir nuestros jardines en despensas.
Culturalmente la jardinería es una muestra del espíritu de una sociedad.
Si consideramos como valores el equilibrio, la sostenibilidad ambiental y el
disfrute del medio natural avanzaremos hacia estilos jardineros muy cercanos al
ecosistema en especies y forma.
El jardín de hábitat es ese estilo jardinero que convierte una porción
de terreno en un pedazo del ecosistema natural, donde la huella de la acción
humana pasa desapercibida aunque pudiera resultar necesaria en su establecimiento
o mantenimiento posterior.
En esa línea se encuadran las repoblaciones forestales o la tradicional
jardinería china, donde el aspecto final de un jardín aparecía en la última
fase, muy alejada en el tiempo del momento en el que el jardín se instalaba.
Es muy distinto plantar un árbol a su distancia final, cuando su porte
llegue a ser adulto, que plantar varios árboles que, con el tiempo, habrá que
entresacar, para que permanezcan tan solo los que presentan mejor aspecto o se
equilibren mejor en el paisaje.
Poco a poco la sociedad avanza hacia la economía de recursos, en contra
de la ostentación y la sofisticación. Los jardines responden a estos avances
sociales y las especies silvestres ocuparán los espacios por su aspecto
agradable, robusto, similar al medio natural y de fácil manejo.
Estas evoluciones estéticas se observan en los tejidos textiles, en las
construcciones, en peluquería…
No significa que la sofisticación y el exotismo vayan a desaparecer,
sino que se encauzarán en el diseño, más que en los materiales y en que no
monopolizarán el mercado, como han venido haciendo.
Probablemente la globalización de la sociedad incidirá en la exportación
de productos propios y la importación de material exótico, en vez de producir
localmente lo que proviene de fuera y cultivar en nuestros viveros planta
exótica.
En general y como conclusión
debemos considerar la existencia del medioambiente urbano y dejar de negarnos
la ciudad como ecosistema.
Es cruel pensar que para vivir de modo natural haya que mudarse a la
selva, es cruel no poder andar descalzo o ir desnudos, no poder sentarse más
que en los bancos, no poder tumbarte, como si las aceras fueran pasarelas de
moda, o fuésemos hormigas, que ya se sabe que las hormigas no disfrutan del
paisaje.
Estas circunstancias de sometimiento ciudadano se paliarían fácilmente
con un respeto al medioambiente urbano, permitir el asilvestramiento de la
naturaleza hasta un máximo saludable, plantar en los balcones especies
silvestres, encima comestibles, reducir el parque móvil y levantar el asfalto
que oprime las raíces de los árboles.
Da la sensación de que nos ha decorado la ciudad una computadora.
Las crisis económicas ayudan al retroceso de la máquina, pero también
traen desigualdades sociales. Una sociedad equilibrada y tolerante, amante de
su verdadera naturaleza mental corre, salta y se maravilla con el entorno.
Somos indios aborígenes y esta es nuestra tierra. Debería haber espacio
para todos, zonas muy urbanizadas y zonas de arquitectura salvaje. Resulta
difícil distinguir qué nos ha llevado a encerrarnos en la estética dura de los
materiales de construcción.
Siguen las respuestas en el viento. Muchas son las preguntas. ¿Por qué se
han desprestigiado los barrios de casetas? ¿Por qué los edificios son pardo
grisáceos? ¿Por qué no plantamos comida en los balcones? ¿Por qué no nos
educamos en buscar opciones debajo de las piedras y estamos tan concentrados en
parecer normales?
Todos somos iguales en la nada, todo es igual a cero. Las aportaciones
individuales enriquecerían la sociedad y el resultado caleidoscópico final
dejaría espacio a la naturaleza en las ciudades.
Lo más parecido a una muestra de avances humanísticos, de avances en el
pensamiento social son las muestras de jardín experimental. En Allariz, Ponte
de Lima, .., en ellos encontramos una claridad mental y una lucidez en las
reflexiones sociales sorprendentes.
Es de anotar como la jardinería sintetiza nuestro comportamiento,
cuantas conclusiones se pueden extraer de una población humana escudriñando sus
jardines.
Las plantas silvestres comestibles son las mejores aliadas del ser
humano, seamos nosotros, entonces, sus mayores aliados.
María Alonso,
Cangas, 2015.
Nombre científico: Umbilicus rupestris
Nombre castellano: ombligo de venus
Nombre gallego: couselos, capelo
Se come cruda en ensalada.
Nombre científico: Parietaria judaica
Nombre castellano: pelosilla
Nombre gallego: paletaina
Se come cruda
o cocida.
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